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El relato más sombrío de la guerra

por Mercedes Santiago
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Papelería Lassere

Me asomo de nuevo a esta ventana para, esta vez, mostrar mi rechazo a la guerra, a la guerra declarada a Ucrania en pleno siglo XXI, ante la cual el mundo y los europeos, por lo cercana que nos queda, estamos perplejos asistiendo a un espectáculo inhumano, cuyo año 2022 (dos mil veintidós) quedará marcado en nuestro recuerdo como un “annus horribilis” de la historia reciente.

En esta guerra moderna, violenta como tantas otras, las “fake news”, la propaganda bélica, los mensajes contradictorios publicados en redes sociales y los ataques cibernéticos protagonizan las noticias mundiales superando en sensacionalismo al desproporcionado y nefasto padecimiento de una población inocente, masacrada por los designios de jefes de estados a los que, al menos, la providencia debería cobrarles un alto precio por su osadía.

Ojalá sean las conciencias humanas de los ofensores, las que un día se revelen, pidiéndoles cuentas, sin dejarles dormir, por todos aquellos hombres, mujeres y niños a los que, ellos, no dejaron, vivir.

Debemos confiar en que la justicia, siempre aflore, para vencer a la ilegalidad, al atropello, a la sinrazón y a la impunidad de los delitos cometidos, no reconocidos por poderosos gobernantes que fijan sus metas en la economía que prospera arrasando naciones.

En homenaje al valiente y sufrido pueblo ucraniano…espero que sea leído y recitado de forma sentida y con duelo, el poema que sigue a estas líneas:

El relato más sombrío de la guerra

Amaneció un día amargo

en el que los vaivenes del mundo

anunciaban una gran lucha.

 

La lucha del mal contra el bien,

del poder contra la inferioridad,

de la persecución, de la impunidad

que teje el abismo entre los pueblos.

 

Aquellos que representen a los pueblos

no deben descarrilar sus esfuerzos

en favor del capital humano que desaparecerá,

de quien no volverá a su casa,

del que sufrirá el adoquín del miedo

y ganará la condición de refugiado…

cuando no vuelve a la Patria.

 

Guardemos los valores democráticos

por si los arrebatan,

recordémoslos como salvaguarda

del diálogo y de la paz.

 

Las mujeres, con nuestras palabras,

enseñemos a los mandatarios enfrentados

esas metas que reivindicamos:

igualdad, justicia, fraternidad,

amor a los pueblos

y a los hijos e hijas de los pueblos,

contra los que, las mujeres, no arremeteríamos

a pesar de divergentes convencimientos y criterios.

 

Cuando la guerra nace… hay euforia,

hay deseo patriótico de organizarla,

de proclamar sus fases: planteamiento,

asedio, cerco al enemigo, sometimiento,

evacuación, coexistencia con los vencidos, represalias…

como si de un juego estratégico se tratara

olvidando que después…

hay que enterrar a los muertos.

 

¡Qué les importa! se exhiben las armas,

el poderío económico de los recursos naturales,

se disparan misiles tierra-aire,

lanzagranadas, ametralladoras,

cartuchos en fusiles de asalto, en los “calasnikov”

o desde aviones caza “Fighter”.

 

Se atacan centrales nucleares,

se cierran gaseoductos

para doblegar al declarado enemigo

consiguiendo regiones devastadas,

terrenos infértiles y ausencia de gente.

En los ciudadanos sencillos

nace otro sentimiento:

el de huir, el de escapar poniéndose a salvo

de la furia guerrera,

el de ayudar a desvalidos, a enfermos

a niños llegar a la frontera

para convertirse en refugiados

que no volverán a su hogar amado.

 

Los ciudadanos sufrirán ansiedad permanente,

depresión, pérdida de ilusión

para comenzar una nueva vida;

padecerán inseguridad,

desconfianza, recelo, miedo.

Sentirán desarraigo por vivir lejos

del lugar querido.

 

A pesar de todo, veremos:

hombres y mujeres vencidos, exhaustos

recorriendo caminos con hijos

sobre la espalda y sobre los brazos.

 

Arrastrarán maletas con pequeños recuerdos

que les acompañan rodando por la nieve

cuando abandonan sus casas

a las que no vuelven la mirada…,

las lágrimas se hielan

en un frio invierno lejos de las viviendas

que dejaron atrás, abandonadas

por no morir bombardeados, en ellas.

 

En su pensamiento voces consternadas

les atormentan diciendo:

“ se queda mi hogar, mi refugio, mi cobijo,

se asola mi alma en esta desbocada guerra

en la que huyo del carcelero que acecha

buscando la recompensa, el saqueo

sin promulgar un acuerdo”

 

Me queda pedirte, amigo europeo

que abras las puertas de tu tierra

que en la mía me las cierran

las bombas y el escarnio.

 

Dame comida para la familia,

dame cama para dormir apenado

soñando que la guerra no prosigue,

que nada, extraño, acontece.

 

Otras mujeres y otros hombres se quedan

en la brecha para defender a su Patria.

 

No viajan con enseres, prefieren enfrentarse

al usurpador vecino desde las trincheras

pertrechadas, excavadas, frente a un reguero

de cadáveres en las calzadas,

a los que se les escapó la vida,

en el combate entre hermanos separados…

por una línea fronteriza.

 

¿Por qué se malograron

ufanas existencias

que antes refulgían

con inusitada belleza?

 

Quedará miedo en las entrañas

de las naciones,

se armarán previendo invasiones nuevas,

desencadenando un cielo de desolación

que no cesa,

que alineará culturas y pensamientos

olvidando la esperanza de conseguir

una paz duradera.

 

A las naciones, los ciudadanos,

deberíamos infundirles conciencias nuevas

para que no vuelva la guerra,

porque quienes cometen un error

y no lo subsanan, cometen otro error mayor.

 

Gritemos:

No a la controversia.

No a la guerra.

 

 

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